martes, 11 de mayo de 2010

Decorando

Hay ocasiones en la vida en las que nos vemos obligados a adquirir diversos objetos que nos permiten llevar una vida más confortable y organizada. Estos objetos que adquirimos satisfacen una rango muy variado de necesidades, entre ellas: el transporte, la conservación de alimentos, el entretenimiento, la protección contra los elementos naturales, la higiene personal o del hogar, un gusto estético... pare de contar.

Muchas veces estos objetos nos sirven para no tener a todos los demás objetos regados por el piso de la casa, funcionando como contenedores, como soporte o como ambas cosas al mismo tiempo. Vamos a estar claros: los muebles son unos segundones, se puede vivir sin un closet pero no sin la ropa que lleva adentro, así como se puede vivir sin la mesa del comedor pero no sin comer, e igualmente se puede vivir sin el mueble del televisor pero no sin el televisor (recuerden que viene el mundial coño).

Según este razonamiento, siendo los segundones de la casa, los muebles son unos maricos acomplejados, y como buenos maricos acomplejados tienen que joder la paciencia; por eso es que, por regla general, quieren ser algo más de lo que en realidad son: pretenden ser una vaina decorativa, una vaina que aguanta doscientas setenta y cinco cosas en lugar de una sola, una vaina ridículamente delicada para lo que está hecha (¿quién no ha escuchado la famosa frase: "¡COÑO USA EL PORTAVASOS QUE VAS A DEJAR UNA MANCHA MAM@G%$V@!"). Por ello, comprar muebles se vuelve realmente costoso y nosotros los pobres clientes que no somos carpinteros para ponernos a fabricar nuestras propias güevonadas, terminamos pagando por una cantidad de cosas que ni remotamente necesitamos.

Los párrafos previos forman parte de mi disertación en solitario del viernes pasado, día en el que me mudé a una habitación en alquiler. Como la habitación nada más viene con la cama y el closet, me ví obligado a comprar una vaina para meter las medias, los interiores y los diversos cachivaches que no puedo colgar de un gancho. Siendo un tipo extremadamente práctico (flojo) y económicamente consciente (pichirre) me decidí a visitar la famosa tienda sueca IKEA, distinguida por su calidad, variedad y bajos costos.

Honestamente, la tienda es cojonuda, por eso es tan famosa. Se puede equipar una casa completa con muebles IKEA, desde el sofá hasta los cubiertos, pasando por las toallas, las alfombras y los topes de la cocina. Para mi la decisión no fue muy difícil, conseguí exactamente lo que buscaba en poco tiempo (las otras 2 horas que pasé en la tienda las usé viendo virguerías que no tenía intención de comprar). Regresé a casa muy satisfecho por haber resuelto mi problemilla con celeridad. Las compras las hice en la tarde del día sábado, en la noche me fuí a beber caña y a ver el fútbol para sacudirme un poco la sensación de recién casado que tenía por pasar tanto tiempo expuesto a cosas para el hogar.

El domingo me desperté animado y dispuesto a armar los peroles. Los peroles que debía armar eran tres: un gavetero, un pequeño escritorio y una silla. Me decidí a comenzar por el más complicado que era el gavetero. Después de mover la caja hasta un sitio donde trabajar en un esfuerzo titánico digno de Hércules, extraje su contenido: mierdero de tablas, tablitas, tablones, una bolsa con unos tornillos más raros que el carajo y finalmente las instrucciones. Los cabezas de güevo suecos del orto elaboran las instrucciones de armado ingeniosamente a punta de imágenes solamente, no hay ni una sola palabra escrita en esa verga, se ahorran plata hasta en traducciones los muy agarrados.

La primera instrucción indica que hacen falta dos personas para armar el coroto. La segunda instrucción indica que debo hacerlo sobre una superficie blanda, como una alfombra, para evitar maltratar las piezas. Ambas instrucciones fueron ignoradas con una leve exclamación de desprecio. Había otras indicaciones con el mismo muñequito con cara de cagón que armaba el perol en solitario y que se le rompía la vaina, que ni me molesté en mirar.

Ávidamente y con mi navaja multiusos en mano, pasé a ver los diagramas. En la figura "1" había como cinco instrucciones juntas. Me esmeré en seguirla con cuidado porque las tablas laterales tienen como ciento noventa huequitos de distintos diámetros y un error podría costarme un buen rato de trabajo adicional. Con tanto cuidado ejecuté la instrucción que no me dí cuenta de que la cagué sino hasta el final.

Con la figura "2" me ví en los zapatos del muñequito cagón que armaba el mueble sin ayuda. Fue realmente jodido juntar los tablones laterales del coño sin volver mierda los listones que me servían como unión, que no los pudieron hacer más flaquitos porque si no, no cabían los tornillos y los toconcitos de madera que los mantenían sujetos.

Una vez superada esta etapa, había que colocar la tabla superior. Cuando coloqué la tabla (con la parte del frente hacia atrás), me dí cuenta de que había unas piecitas plásticas de lo más curiosas. Poner esas piecitas en la parte inferior de los tablones laterales para evitar dañar el piso era una de las instrucciones secretas de la figura "1".

Según algunos de mis amigos, todo lo que necesito para armar las cosas de IKEA, ya viene dentro de la caja; esta afirmación por supuesto que es una vil mentira producto del mercadeo y la capacidad infinita del ser humano para decir güevonadas. Pensé que con mi navaja navaja multiusos de "macho vernáculo con el pecho pelúo" podría resolver el asunto, pero en cuando me ví en la necesidad de un martillo para montar la parte trasera dije... coño, la navaja es dura pero no TANTO.

Una vez martillada la parte trasera, caí en cuenta de que la tabla superior estaba mal puesta. Luego de haberme cagado mentalmente una vez más encima de todos los que diseñaron el mueble y sus instrucciones, reparé el error y continué con las gavetas (había unas indicaciones de seguridad que decían que tenía que ponerle unos ganchos y atornillar el mueble a la pared, que fueron ignoradas bajo la premisa "nooooooooo seas tu tan marico, yo no voy a atornillar un carajo a ninguna pared ni aquí que vivo alquilado, ni en mi casa cuando la tenga).

Para evitar cometer más errores, me tomé mi tiempo para armar la primera gaveta. Esto no quiere decir que no la haya cagado, lo que quiere decir es que fue la única vez que seguí las instrucciones. Las tres gavetas restantes fueron armadas con celeridad y confianza, sólo retrocediendo al observar las piezas sobrantes, claro indicador de que algo está fallando.
Al finalizar metí todas las piecitas sobrantes en una de las bolsitas y las eché dentro de una gaveta "por si acaso". Ese "por si acaso" significa que permanecerán allí por varias décadas, salvo por los clavitos que sobraron que siempre sirven para cualquier pendejada.

¿Recuerda usted mi queridísimo lector que al seguir las primeras instrucciones mencioné que la cagué pero que no me dí cuenta sino hasta el final? Pues bien, al poner la última gaveta en su sitio, reparé en que la tablita que va más pegada al piso estaba puesta de manera que el acabado quedaba hacia adentro. En este punto, me cagué pero de la risa y pensé que sería un buen recordatorio de que al fin y al cabo, me importa un carajo que tan bonito es el fulano gavetero.

Después de esta entretenidísima labor, sudoroso y con las manos un poco maltratadas, me sentí sumamente satisfecho y, rebosante de testosterona, arremetí contra el escritorio. Dado que el escritorio está compuesto por solo cinco tablas, pensé: "Esto es un jamón... en 15 minutos está listo". Las instrucciones seguían el mismo patrón... no arme la verga solo, no lo arme sobre el piso o lo va a joder. En cierto punto pensé... "coño estas instrucciones no pueden estar bien... no puede ser que tenga que atornillar estos rieles encima del acabado de la tabla donde no hay ni un puto hueco". Después de cavilar un rato, me decidí a atornillar los rieles a un lado de la tabla para no dañar el "hermoso" acabado.

Error. Eres un güevón. ¿Ves que eres güevón?. Si las putas instrucciones dicen que lo atornilles encima, pues que se joda el acabado, mala leche.

Los rieles estaban en posición pero los tornillos no dejaban pasar la tabla por las rueditas. A sacar la vaina y volverla a poner. Después de sacarme callos en ambas manos abriendo cuatro huecos en una tabla a punta de destornillador y fuerza bruta (en ese momento me parecía particularmente "bruta") tomé un breve descanso.

Sólo falta la silla. La silla si cumplía con la promesa, tenía su propia herramienta para encajar todos los tornillos. Estaba seguro de que con esta no cometería ningún error: "son tan pocas piezas que no puedo cagarla". De más está decir que volví a embarrarla, un poco menos que antes, pero igualmente embarrada. Esta vez bastó con sacar dos tornillos para enmendar la equivocación.

Invertí cerca de cuatro horas armando tres pendejadas. De haber seguido el consejo de armarlos en conjunto, probablemente hubiese tardado hora y media en total; aunque pensándolo mejor tal vez hubiese tardado lo mismo, poniendo la torta más todavía y encima arrechándome con el/la ayudante por incompetente y no saber seguir al pie de la letra las precisas instrucciones elaboradas por un preciso europeo del norte.